Un Cuento... "HERMANO MIO, HABLAME"
Paris, 1856
Tenia yo 16 años cuando sucedió lo que voy a narrarles. Aquel verano fui, como siempre, a pasar mis vacaciones en C..., la finca de mi padre. Era una estancia hermosa, de llanuras verdes y prósperas que parecían ofrecerse a la tela del pintor. No recuerdo bosques más bellos, ni ríos más cristalinos, ni atardeceres más hermosos y poéticos que ésos.
Como todos los años, venir a C... era para mí un premio luego de un agotador año de estudios. Pero, para mi hermano Gastón era todo lo contrario, un entierro en vida. El solía esquivar las vacaciones aduciendo que sus estudios le retenían en París. Gastón era dos años mayor que yo y nuestras diferencias de carácter eran visibles a simple vista. El, audaz y algo violento, despreciaba mi carácter retraído y tranquilo.
Gastón quería ser político...yo quería ser pintor.
Al voltearme, vi que era un anciano el que me hablaba. Tenía los cabellos y la barba gris y usaba unos pequeños espejuelos redondos. No podría describir la simpatía que sentí inmediatamente por él. Era como si estuviera en presencia de uno de esos ancianos mágicos de mis cuentos de niño... Pero, repentinamente, esa simpatía se tornó desazón al reconocer en él al hombre que en el pueblo llamaban "El Loco". Creo que mis sentimientos se me pintaron en la cara, ya que él sonrió.
- ¿Cree usted?, pregunté estúpidamente.
- Sí -respondió limpiando sus lentes-. Lo creo, Etienne.
- ¿Cómo sabe mi nombre?
- Hay muchas cosas que los locos sabemos, hijo- respondió tranquilamente calándose el sombrero de paja que llevaba en la mano.
- Adiós- me dijo simplemente, y se fue.
¿Me creerían si os dijese que me cautivó desde el primer momento?
Os confiaré algo, amigos... ellos eran la divisa de su alma.
El era un hombre inteligente... yo diría brillante. Afable y jovial como ninguno. Siempre alegre, tenía dos obsesiones: la muerte, y una obra por terminar.
Una tarde, mientras yo dibujaba frente a la lumbre, él se levantó dejando su pipa en la mesa y se acercó a la ventana. Llovía, y el agua se escurría por los cristales.
- Mira -me dijo-. Me está esperando, pero sabe que yo no puedo irme mientras no termine mi tarea... Ahí se quedará pacientemente, esperando por días y días, hasta que yo me vaya con ella.
Lo miré asombrado... y, ¿a qué negarlo?, algo asustado, pero nada empañaba su lúcida mirada. Sólo algo me llamó la atención: los cristales de sus lentes brillaron intensamente, lo cual yo atribuí al fuego...
- No señor, no lo haré.
- ¡Voy a obligarte, Etienne!
- No puede, padre. Usted no puede gobernar sobre mis afectos.
- ¡Pero... ese hombre está loco!
- ¿Por qué padre?... ¿Porque se preocupa de vivir? ¡¿Porque es feliz?! ¿Por que abandonó todo por vivir pintando? ¿Por eso? Tenía dinero, una posición social, era un doctor eminente, pero abandonó todo ese lujo, ese mundo, que no significaba nada para él, ¡sólo por vivir! ¡Por eso todos lo condenan, se ríen de él, lo ridiculizan! ¡Por eso las señoras piadosas le tienen lástima! ¡Pues, déjeme padre que le diga que no le entiendo! ¡No lo entiendo! ¡Pues son ellos los dignos de piedad! ¡Ellos que morirán persiguiendo el dinero y el elogio de un mundo vacío! ¡Ellos que se morirán sin conocer la verdadera felicidad! ¡Por eso tratan de hacerle desaparecer, de fingir que jamás existió, pues él, como un espejo, les refleja su bajeza! ¡Pues no, padre! ¡No pretenderé que nunca existió! ¡El está vivo y yo lo admiro por sobre todo y todos...! Y si usted es igual que esa gentuza que lo llaman loco y no me deja verlo... ¡quiere decir que mi padre es uno más de ellos y que debo sentir lástima de usted tamb...!
Mi padre me abofeteó.
Era la primera vez que le gritaba en mi vida y no me sentí mejor con ello.
Cuando llegué, me esperaba en la puerta. Al verme, se sonrió y fue a abrazarme.
- Hijo mío -me dijo-, qué bueno verte hoy.
Luego, separándose, me preguntó:
-¿Has peleado con tu padre, no?- Me maravilló lo rápido que corren las noticias en el campo.
- ¿Cómo lo sabéis?
- Hay cosas que sólo los locos sabemos. Ya os lo he dicho antes.
- Quiere que no siga con mis clases ni que le vea a usted.
- Y eso será lo que harás, jovencito.
- Pero, yo... yo... yo quiero seguir, maestro.
- Yo ya no puedo enseñaros más... El resto es responsabilidad vuestra.
- Pero, maestro... .
- Es mejor así... vuestro padre sabe lo que hace... Yo le entiendo.
- ¡Pues yo no!
- Ya lo harás. Ahora ven. Conversemos de otra cosa.
Durante todo este diálogo, él permaneció tranquilo y normal. Al parecer, sólo yo estaba agitado.
No estuve mucho a su lado luego de que hablamos, pero en ese breve tiempo su tranquilidad se esfumó y pude adivinar cuánta tristeza tenía escondida en el alma. Al despedimos, me dijo:
- ¡Vive! ¡Pinta!, ¡Sé feliz...! pues para eso Dios nos dio la vida... Pero aseguraos que, cuando os llame a su presencia, no vayáis con las manos vacías.
Me abracé a él como un niño pequeño. No pude llorar... tanta era mi tristeza. El también me estrechó entre sus brazos, murmurando:
- Adiós hijo mío, adiós.
Lo último que recuerdo de él eran sus lentes empañados por dos gruesas lágrimas.
Mi padre tomó esta decisión, pues temía que si me quedaba volviera a ver al loco. Mi padre no se equivocaba. Si hubiese permanecido en el campo, sin duda hubiese reincidido.
Al marcharme, le pedí disculpas, arrepentido de corazón. Me perdonó. Creo que logró entenderme. A partir de ese día, el tema no se volvió a tocar nunca más, ni en cartas, ni cuando viajaba a verme a París.
Cuando mi padre me escribió que el Loco había muerto, yo estaba muy cerca de retornar nuevamente al campo. Creía que mi padre, más comprensivo, me dejaría volver a verle. Mas murió antes que pudiera verlo.
Lloré tanto, que sólo recuerdo haberlo hecho de la misma forma sólo cuando murió mi padre. Lloré toda una noche, y al otro día, distraído y triste, escribí al margen de mi cuaderno de aritmética:
"Ha terminado su tarea, se ha marchado".
0 Sonrizas Cristalinas... y tu ¿entras al Castillo?:
Regálame una Sonrisa Mágica Embellecen mi Mundo
Hola...deja una notita con confianza.¡No sabes cuanto me gustan!, gracias
Elizabetha =3